La Semana Santa siempre nos interpela sobre nuestras decisiones de cómo vivir nuestras vidas, qué hacemos con cada segundo, minuto, horas, meses y años en los que se nos ha dado la bendición de poder compartir con otros la abundancia gratuitamente dada, y que la codicia, el odio y el egoísmo de unos pocos nos quita día a día. Una semana que nos llama a la necesaria reflexión de lo que hemos hecho hasta hoy, recordar a otras y otros que también hicieron por nosotros, qué estamos haciendo hoy para honrarlos y dignificarnos, y qué deberemos hacer si aspiramos a ser, en Común-Unidad, sanados, salvados, liberados, felices en una Paz anhelada.
Por ello, como todos los años, salimos al Encuentro en las calles, en las plazas, en las playas de la Memoria; para peregrinar juntas y juntos, para acariciar dolores, abrazar soledades, secar lágrimas de tristezas, para contarnos Verdades que la guerra, el odio, el miedo, el hambre aturden para que no lleguen a nuestros corazones. Salimos a cantar, contar, gritar nuestra Verdad sin temor y haciendo Justicia como Jesús nos enseñó; él que caminó al peligro sin detener su Verdad, a él que lo asesinaron y lo exhibieron para que otros callemos, él que amó tanto que no especulo en salvarse solo sino que entregó hasta su último aliento de humanidad…para que después de más de 2000 años podamos seguir teniendo como testimonio y guía a ese Amor vencedor siempre ante la muerte y la opresión. Este año volvimos a la procesión de nuestras estaciones, volvimos a sudar sangre recordando viejas masacres de nuevos emperadores, y reviviendo aquellos y los actuales calvarios junto al propio dolor y al dolor de los crucificados de hoy.
Peregrinamos junto al Pueblo a las
plazas, y en San Clemente del Tuyú como Cuidadores de la Casa Común "Fogata", junto a la Asamblea Proteger Derechos: Agrupación Somos Andando, Biblioteca Popular Juan 23, Mesa de la Militancia, Nuevo Encuentro y la UTEP, acompañados por familiares de detenidos-desaparecidos, por las y los jóvenes de Eco Murga y vecinos de los distintos barrios locales, seguimos caminando con nuestras ofrendas
florales en las manos hasta el Mar, luego de unas palabras de Memoria, de cantores que cantan Verdades, y artistas que hicieron una puesta de escena de la marcha de las Madres exigiendo Justicia. Ese mismo mar, que como nos recuerda Neli,
es una Madre…por eso nunca nos deja solos ni solas, y siempre a pesar de las
siete espadas en su corazón, de alertarnos de que también sufriremos si nos
decidimos a caminar la senda de la Verdad, ella como el mar nos devuelve la
paz, la contemplación y el coraje para volver a levantarnos una y otra vez y
continuar luchando para amar siendo amados. Esa Madre/Mar que nos devuelve
siempre la Verdad que otros quieren ocultar; nos devuelve la pequeñez de los
reyes, malos gobernantes y servidores del odio frente a su grandeza, la indefensión
de las armas de los Imperios frente a sus tifones y tormentas, y el inmenso
amor cuando en sus playas nos devuelve los cuerpos que asesinos cobardes
arrojaron, para esconder sus vergonzantes planes de exterminio por cuatro
monedas.
Hasta las Playas de la Memoria
caminamos, familias cristianas, evangelistas, musulmanas, creyentes de Dios, de
dioses, de lo humano y/o de la Pachamama. Un mismo Pueblo caminando y un mismo corazón
en la mano para ofrendar a la Madre, a las madres, al Mar, recordando por qué
nos matan, haciendo consiente el Amor entregado en cada vida que no frenó su
andar bajo amenaza de muerte, sufriendo con nuestras actuales cruces y
opresiones, pero sobre todo como una iglesia en salida gritando entre los
escombros que RESUCITAREMOS UNA VEZ MAS Y LEVANTAREMOS LA COMUNIDAD QUE ÉL Y
ELLOS NOS ANUNCIARON.
DIOS NI CONSINTIÓ NI QUISO Y MENOS
AÚN EXIGIÓ LA MUERTE DE JESÚS PARA PERDONARNOS
Fray Marcos
Aunque la liturgia comienza con el
recuerdo de la entrada de Jesús en Jerusalén, no podemos pensar que fue una
entrada triunfal. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos
estaban esperando, para rendir a Jesús. La subida a Jerusalén por la fiesta de
Pascua se hacía siempre en grupo (un pueblo, una familia o una facción). Era
siempre una romería, y esto implicaba fiesta y alegría (cantar, bailar, agitar
ramos u otros objetos vistosos). Lo narran los cuatro evangelios, pero en Mt y
Jn encontramos la verdadera razón del relato: para que se cumpla la Escrituras,
“mira a tu Rey que viene…”
Lo verdaderamente importante, en el
relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo
que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos que nos quieren
trasmitir hay que buscarlo en la actitud de Jesús, que refleja plenitud de
humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué
le mataron, por qué murió y cuáles fueron las consecuencias de su muerte para
los discípulos. La Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la
revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la
cruz.
Estamos en el mejor momento del año
para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta
de las consecuencias de sus actos, no da un paso atrás y las acepta plenamente.
Es una advertencia para nosotros, que siempre estamos acomodando nuestra
conducta para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud
está en darnos a los demás, pero seguimos calculando nuestras acciones para no
ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos
cuenta de que un amor calculado no es más que egoísmo camuflado.
Los textos que han llegado a nosotros
no son de fiar porque están escritos desde una visión pascual de la pasión y
muerte y no pretenden informarnos de lo que pasó sino darnos una teología sobre
los hechos. Hoy sabemos que le mataron a los romanos por miedo a un
levantamiento contra Roma. Pero lo que sabemos sobre Jesús no da pie para
pensar que fuese un sedicioso. Lo más probable es que los jefes religiosos
dieran a Pilato argumentos para que pensara que Jesús podía ser un peligro real
para el imperio.
La muerte de Jesús es la consecuencia
directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de
su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas ya su persona, por intentar purificar su
religión. No pensemos en un rechazo gratuito y malévolo. Fariseos, escribas y
sacerdotes no eran gente depravada que se opusieron a Jesús porque era bueno.
Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos se
encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del
Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre. Su muerte manifiesta lo
radical de la oposición.
Era Jesús el profeta, como creían los
que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo. La respuesta no era
tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la interpretación de
la Ley y el culto del templo, signos inequívocos del antiprofeta. Pero por
otra, los signos de amor eran una muestra de que Dios estaba con él, como
apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunciaron a las autoridades que, con su
manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con
hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y
del templo.
Nunca podremos saber lo que Jesús
experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista.
Tuvo que darte cuenta de que los jefes querían eliminarlo. Lo que nos importa a
nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir
diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de
que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión
de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí
mismo que salvar la vida, es el dato que debemos valorar. Demostró que la única
manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido y defenderlo, aun a
costa de su vida.
No se puede pensar en la muerte de
Jesús, desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No
fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de
este modo nos librara de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano
que tomó sus propias decisiones. Gracias a que esas decisiones fueron las
adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a
nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos en el mito del
Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.
Hay explicaciones teológicas de la
muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa
mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No
debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por
Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está
en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios
que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de
una deuda hasta el último centavo. Ni podemos ofender a Dios ni Él se puede
sentir ofendido.
Para los discípulos la muerte fue el
revulsivo que los llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús.
Durante su vida lo siguió como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero
no pude conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento
llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por
experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona
ya descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al
Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos
hacernos.
A nosotros hoy, la muerte de Jesús
nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda la vida humana. Jesús supo
encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos
para alcanzar la plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera
medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para
buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida no
tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.
La interpretación de la muerte de
Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz
con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos
encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un
Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese
amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida
de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.
Fray Marcos
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